viernes, 7 de marzo de 2014

Monomanía

    Creo que este relato
                             es
                      uno de los mejores
                                 que he escrito
                            en toda mi vida.
                 
                       No miento.
                                  De verdad.


Monómana nació y en monófoba se convirtió. Que no monofóbica. Ella no tenía miedo a la soledad, ella odiaba estar sola. Odiaba lo único, y cuando pensaba en tener un hijo la única idea que venía a su cabeza era tener gemelos, mellizos o nada. Odiaba su cara porque solo tenía una, en cambio adoraba sus brazos y piernas. Su cuerpo era un delirio de amor-odio. Dos pechos, un ombligo. Dos orejas, una boca. Dos ovarios, un único y horrible útero. ¿Por qué no podía tener dos? ¿Quién lo eligió de esta manera?
Su vida era horrible. Un trabajo, un jefe. Hasta el rinoceronte que cruzó su ventana tenía dos alas y dos cuernos. Pero era monocromo y eso le irritó. Cuando subió las escaleras para bajar al sótano, encontró una puerta hacia un paisaje helado, pero como solo era una, se dio la vuelta para volver a su puesto de trabajo. Arriba, bajando las escaleras, su jefa le esperaba de nuevo. Se había encadenado con esposas a la silla y le pidió que esposase la mano que le faltaba. –Ponme un papel en la boca por favor –ella lo hizo. –Gracias –le dijo cuando sacó la mano de su garganta. Empezó a ahogarse y lo devolvió. –Marca el número de emergencias por favor –y ella actuó obediente mirando con odio ese dichoso “1”. –Ayúdenme –dijo el jefe cuando respondieron en la otra línea. –Me han atacado –y cuando los refuerzos llegaron, bajaron al gato que se había subido al árbol y no sabía bajar, y la dueña temía por el pobre felino porque el abeto era muy alto. Pero cualquiera se subía a aquel pino en plena glaciación solo para salvar a un simple hamster que se había colado en la aspiradora. Cuando aquellos jóvenes Scouts le dijeron al pobre hombre que no habían podido salvar a su pez le enterraron en el jardín, pez y hombre juntos. Pero él empezó a llorar cuando la tierra le comenzó a llegar al cuello,  y los bandidos se asustaron porque las lágrimas no se filtraban en el nicho y todo empezó a inundarse, y el hombre murió ahogado en sus lágrimas y los jóvenes murieron también.
El fantasma, que era amigo del monófobo, le hizo una visita, pero hacía tantos años que no se veían que, en cuanto le abrió la puerta, cayó fulminado del horror y murió. Su espíritu se levantó y fueron los dos flotando, mientras el mundo se inundaba por las lágrimas de un hombre ahogado, montados en sendos rinocerontes alados.

Las lágrimas de un chicle pegado a un zapato fueron tales que calaron los calcetines del muchacho que los llevaba. Cuando se quitó la zapatilla buscó la fuente del agua, y cuando vio llorar al chicle lo quitó, lo acarició y se hicieron amigos para siempre hasta que lo tiró y acabó este en el zapato de otro.

El hombre que no sabía abrir puertas murió en casa porque una avispa se coló en ella y él era alérgico. La muerte fue instantánea.
Un hombre recién depilado se arrepintió de su decisión y se rapó la cabeza para pegar a su pecho los pelos con superglue.
La mujer de Minos se la pegó con un toro porque su hombre la tenía pequeña. No hay más. De ahí salió un engendro y ahora todos son felices.
La habitación de un escritor con un concepto erróneo de la palabra monomanía, que delira, se cierra, y las cuatro paredes se acercan cada vez más. En estos momentos termina de escribir esta línea.


¿Lo sientes?


                                                           NO

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