Creo que este relato
es
uno de los mejores
que he escrito
en toda mi vida.
No miento.
De verdad.
Monómana nació
y en monófoba se convirtió. Que no monofóbica. Ella no tenía miedo a la
soledad, ella odiaba estar sola. Odiaba lo único, y cuando pensaba en tener un
hijo la única idea que venía a su cabeza era tener gemelos, mellizos o nada. Odiaba
su cara porque solo tenía una, en cambio adoraba sus brazos y piernas. Su
cuerpo era un delirio de amor-odio. Dos pechos, un ombligo. Dos orejas, una
boca. Dos ovarios, un único y horrible útero. ¿Por qué no podía tener dos?
¿Quién lo eligió de esta manera?

El fantasma,
que era amigo del monófobo, le hizo una
visita, pero hacía tantos años que no se veían que, en cuanto le abrió la
puerta, cayó fulminado del horror y murió. Su espíritu se levantó y fueron los
dos flotando, mientras el mundo se inundaba por las lágrimas de un hombre
ahogado, montados en sendos rinocerontes alados.
Las lágrimas
de un chicle pegado a un zapato fueron tales que calaron los calcetines del
muchacho que los llevaba. Cuando se quitó la zapatilla buscó la fuente del
agua, y cuando vio llorar al chicle lo quitó, lo acarició y se hicieron amigos
para siempre hasta que lo tiró y acabó este en el zapato de otro.
El hombre que
no sabía abrir puertas murió en casa porque una avispa se coló en ella y él era
alérgico. La muerte fue instantánea.
Un hombre
recién depilado se arrepintió de su decisión y se rapó la cabeza para pegar a
su pecho los pelos con superglue.
La mujer de
Minos se la pegó con un toro porque su hombre la tenía pequeña. No hay más. De
ahí salió un engendro y ahora todos son felices.
La habitación
de un escritor con un concepto erróneo de la palabra monomanía, que delira, se
cierra, y las cuatro paredes se acercan cada vez más. En estos momentos termina
de escribir esta línea.
¿Lo sientes?
NO
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